Las ordalías del verbo, lugartenencias
Jeremías Marquines
Eliot dice: la poesía empieza con un salvaje tocando el tambor en una selva, y retiene siempre ese elemento esencial de la percusión y el ritmo; hiperbólicamente, podríamos decir que el poeta es más viejo que el resto de los humanos; por eso, Las ordalías del verbo, del poeta tabasqueño Miguel Ángel Ruiz Magdónel empiezan por donde todo poeta debe: los odres del tiempo y la cadencia mítica.
Contrario al cliché instituido por una crítica sosa que tiende a ensalzar las construcciones breves de una poesía teatralizada que brilla sin complejos en el éxtasis de las cosas vacías, Ruiz Magdónel opta por una compleja construcción de viñetas narrativas y le apuesta a la problematización del tema. Sus exploraciones se remontan más allá de la fragmentación entre tiempo mortal, tiempo histórico, tiempo cósmico, para evocar con el mito un gran tiempo que envuelve toda realidad.
Debemos pues, dice el poeta, empezar por el silencio que alberga el corazón de los hombres. Empezar por la tierra ausente. Empezar por la clara geografía del fuego. Empezar por la poesía. Miguel Ángel sabe que el modo en que la poesía se escribe no es, necesariamente, un indicio de su valor. “Un verso sólo no es poesía, a menos que se trate de un poema en un verso”, sentenció Eliot, y esto lo tiene presente este poeta tabasqueño, pues asume el poema con la conciencia de que todo texto literario es una refiguración o referencia cruzada entre historia personal y ficción; el tiempo de la poesía (tiempo insinuado) procede de este cruce en el ámbito de obrar y padecer.
Las ordalías del verbo es un libro de poesía, no de poemas. Sabiendo que el versículo sólo debe ser usado para el tratamiento de grandes construcciones, de grandes temas, nunca para verborreas absurdas, Ruiz Magdónel nos presenta un conjuro de presencias inquietantes que rememoran y evocan con autenticidad vibrante y actualizada, su pasado vivo y a la vez definitivamente muerto.
Destaca en este libro el bien ejecutado trabajo de refiguración del tiempo. Las variaciones imaginativas sobre el mismo tema. La reinscripción del tiempo vivido sobre el tiempo histórico, hecho que nos traslada de facto al tiempo ontológico que es el sustrato donde se originan los poemas de Miguel Ángel Ruiz.
La forma en que el tiempo es tratado por el poeta en las Las ordalías del verbo, las relaciones entre las construcciones de la historia y su correlato, a saber: un pasado del tiempo abolido y preservado en sus huellas, desembocan en representancias o lugartenencias que problematizan el propio concepto de realidad aplicado al pasado, aquí un ejemplo:
Fue el tiempo del diluvio/ cuando hasta los finqueros olvidaron/ las reyertas de la tierra/ Las mujeres la vieron venir/ Caminó sobre las aguas con pies alados/ y su cabellera hercúlea de animal vencido/ Se paró en el frontispicio del templo/ y entre boñiga y destrozos flotantes/ declaró ese día como el día de la Salvación.
Queda claro que en los versos anteriores mito y rito son recíprocos, pues el tiempo mítico se revela gracias a la mediación del rito. Paul Ricoeur señala que si fuera preciso oponer mito y rito, se podría decir que el mito dilata el tiempo ordinario (así como el espacio), mientras que el rito acerca el tiempo mítico a la esfera profana de la vida y de la acción, éste es el principio guía de los poemas de Las ordalías del verbo y que se revela con mayor claridad en los siguientes versos:
Yo Nefertiti/ la prosélita/ la soberana incólume de fábulas/ la infundadora de augurios/ la evangelista/ la plañidera descortés que abandona el dosel y los balcones/ la que reencuentra diademas y alegrías pretéritas/ la de los sentidos de arena y dátiles. Yo Nefertiti/ la beata de todos los tiempos/ el áspid pagado de sí mismo/ la serena piel revestida por el desapego insospechado.
La búsqueda de Ruiz Magdónel, pienso, es la de remontarse más allá de la fragmentación entre tiempo mortal, tiempo histórico, tiempo cósmico, para evocar con el mito un gran tiempo que envuelve toda realidad, y tiene efectos que expresan su función positiva de revelación y de transformación de la vida y las costumbres, cito un ejemplo:
Un atajo de piedra lleva en la finca al centro del mundo/ al árbol de corazón azul/ al manantial de las aguas de oro/ al paraíso de las mujeres dormidas/ al sitio de los sueños que no existen/ (Allí presentí a Nefertiti y sus demonios/ vislumbré la ciudad y sus delirios/ sospeché la diápora/ predestiné mi muerte)
En Las ordalías del verbo, el tiempo mítico, lejos de hundir el pensamiento en las brumas en las que todos los gatos son pardos, instaura una escansión única y global del tiempo, ordenando, en relación recíproca los ciclos de diferente duración, los grandes ciclos celestes, las recurrencias biológicas y los ritmos de la vida social, así lo demuestran las siguientes imágenes:
En los límites de la finca se crea el mundo –dijo Eustaquio./ Los perros alados mueren con sus delirios de pájaros/ Los montes acumulan medidas de verdad y de mentira/ los huesos de los finqueros liberan su tirria ahogante/ El polvo alimenta la tristeza de los caballos extraviados/ Pero lo más importante –no lo olviden– los seres atroces devoran niños y los convierten en caimanes.
Miguel Ángel Ruiz Magdónel ha escrito un extraordinario libro de poemas. Nada menos se podía esperar de un poeta sobre el que pesa una gran tradición. Los poetas de Tabasco tienen en José Gorostiza y José Carlos Becerra a maestros mágicos en el uso del versículo, la imagen y el mito. A diferencia de otras regiones del país, la poética de Tabasco se distingue claramente porque es una poesía que, en sus más destacados representantes, le apuesta a la perdurabilidad de la experiencia estética por medio de estructuras acumulativas y la narración por viñetas, además del notable afecto que sienten por la refiguración del mito, entendido como mundo, y como existencia. Es una poesía que pende entre dos eternidades.
Las ordalías del verbo, es un libro para disfrutarlo plenamente, para hablar con el silencio de los arenales que nos atormentan cada noche desde el principio de los tiempos. Para vagar entre parábolas inmarcesibles y jaculatorias encanecidas de sal eterna.
Por último, sería un descuido ingrato no referirme al excelente trabajo de diagramación de Margarita Pizarro, así como el cuidado y la impresión de Ediciones Monte Carmelo, editorial independiente que dirige en Tabasco el también poeta Francisco Magaña.
Las ordalías del verbo de M.R. Magdónel.
Coedición: Universidad Juárez Autónoma
de Tabasco/ Ediciones Monte Carmelo,
Villahermosa, Tabasco 2007.
Poemas del libro Las Ordalías del Verbo, de Miguel Ruiz Magdónel.
ADMONICIÓN
Y conjuramos la ciudad y sus campos de albahaca
Conjuramos a las bestias y sus cabalgaduras
Conjuramos el caldeo de las armas
la acritud de la lluvia
el arrear de los vientos
La ciudad se nos vino encima
con su laberinto de pastizales ardiendo
y su geografía esculpida como una invocación
Era como una porqueriza de lechones con la piel de oro
Yo la miré una y otra vez
Entonces salimos a convertirnos árboles
a convertirnos piedras entre las fogatas del sol
a trastornar el agua con nuestros cuerpos
Éramos libres entre manjares y dádiva
Nuevas cuerdas reapareciendo entre la niebla vibrante
Soñar el océano era benéfico
La antigüedad del agua nos bendecía
El viento
Raro enemigo
En las ordalía marinas es un fresco combatiente que nos derrota
(Nefertiti lo maldijo
caminaba despreocupada entre las dunas de arena
Fértil, regia
con sus huesos firmes)
DESCRIPCIÓN DE LOS CÓDIGOS MATINALES PARA LA FAMILIA IMBERBE
Surgirá la calma
Gregory El Marino llegará a inundarnos de mar
Carne
Salitre
Luz candente de arena
Surgirá la nada
Como un puerto perdido que alguien rehabilita
para vivir los últimos años
aunque sea en un estado sin gracia ni fe
Nos lavará el aroma a tierra del cuerpo
En aquel balandro efímero nos atragantará el sol
Verano infinito de piedras y escolleras
Puertos del mundo
Marinos de frágil sonrisa
Eso seremos
¡Marinos!
¡He aquí la noble fuerza del agua!
¡En medio de l atormenta están!
¡Sosténganse con la fuerza de sus brazos!
¡Sosténganse!
HIEROFONÍA DEL GRITO
Un violonchelo
Antifonía
Genuflexiones
Claridad que despierta
Complacencia
Salmodia de la plenitud buscada
Moderación del cuerpo
Acercamiento al gozo lunar
A la paráfrasis de sueños seculares sin interpretación
Al evangelio de magos meridionales
Que un día despertaron entre almetes
Retablos
Palacios insignes
–los jerarcas se desconocían a sí mismos–
¡Pero cuán quebradiza es la maldita inocencia!
Disoluta
Unánime
Grimorio donde enmohecen los primeros pasos
Los que no conducen a nada
Ni a criptas de mármol
Ni a jerarquías de seda
El socavo inicia sin ser socavo
Como los ríos sin ser ríos
(El Grijalva sin su bautizo como Grijalva
El Usumacinta sin su riolada que devasta las arquerías)
La erosión está presente en el bestiario congregado
Insólito
Rabioso
Que erige tótemes y talismanes
En medio del delirio de la alta noche
Inicio del reptar
De la admisión de las repulsas
Mórbido festín para zanjar títulos y goces
Pobres peces
Se les ha desviado el cauce del río
Y quedan sobre la tierra magra
Condenados al exterminio
¡Insoslayable la fuerza que reverdece el antiguo vergel!
Los hombres y las mujeres esbozan sus primeras
oraciones por la tierra
Presentan en la UJAT Las ordalías del Verbo
*El poemario de M. R. Magdónel fue coeditado por la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco y la editorial Monte Carmelo
Con la presentación del libro Las ordalías del Verbo, que concentra el itinerario de los primeros veinte años de vida en que experimentó una lucha por intentar responder preguntas esenciales como ¿quién soy?, ¿por qué nací? y ¿cuál es el sentido de la existencia?, Miguel Ángel Ruiz Magdónel puso a la luz de conocedores y público en general, la más firme constatación de su noble y minuciosa creación poética.
Esta paciente espera, calificada como “mítica y misteriosa” por Francisco Magaña, editor de la obra, culminó el pasado 17 de octubre y se explica en parte en la promesa de M. R. Magdónel de empezar a publicar sus poemas a partir de los cuarenta años, y en su afán de perfección durante la revisión de sus versos.
“Fue gracias al generoso impulso de la rectora de la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco (UJAT), Candita Gil Jiménez, que la obra por fin pudo publicarse en conjunto con la editorial Monte Carmelo, hecho que representa una doble satisfacción, porque lleva el sello de una Universidad de Calidad y de una de las editoriales nacionales independientes más prestigiadas”, reconoció el autor.
Acompañado por Francisco Magaña, Fernando Nieto Cadena, Agenor González Valencia, Lácides García Detjen y Raúl Hernández Glory, Ruiz Magdónel señaló que la primera parte de su libro, denominada “Oraciones por la Tierra”, recupera las vivencias infantiles de los cinco años que vivió en el Pajonal -un pueblito de hombres y mujeres de campo, como él dice- antes de que su padre lo trajera a la ciudad.
En el segundo y tercer apartado, “Los cantores” e “Interludio”, la obra muestra a un adolescente o casi joven, sobresaltado por la pérdida de la libertad que un infante sólo encuentra en el campo, y que lucha por dar sentido al mundo a través de la palabra.
Al llegar al cuarto segmento: “Las ordalías del Verbo” o misa pagana -que también da título al poemario completo- se percibe por primera vez la comunión del poeta con la palabra, la cual asume como signo de su existencia.
Con la lectura de uno de los poemas, Las Odres del tiempo, la alumna Vianey Reyes García, ganadora del Concurso de Declamación Cívico Universitario 2007, marcó el prefacio de los comentarios que más tarde llevaron al amplio público reunido en el auditorio “Lic. Manuel Sánchez Mármol” del Instituto Juárez, por un viaje interior a los conceptos planteados por M. R. Madgónel en su libro.
Al iniciar la presentación, el editor de la obra, Francisco Magaña, apuntó que los interesados en la poesía en la entidad saben que Las ordalías del Verbo es un libro rodeado de un aura de misterio, que se fue macerando a fuego lento, “me enteré de su existencia hace años y siempre se hablaba de él en forma clandestina, en voz baja, porque el propósito fue tajante: que madurara el poema, que madurara el autor y aquí se da esa feliz comunión”.
Por su parte, el poeta Fernando Nieto Cadena consideró que a partir de este libro, Miguel Ángel Ruiz Magdónel optó por reconocerse en su otro yo, “en su doble complementario, a quien bautizó M. R. Magdónel que, como se ve, no es un seudónimo ni sueña devenir en heterónimo; es llana, sencillamente, su doble, su reflejo especular ensimismado en la construcción de su imagen, su río de conciencia que lo alternabiliza pero no lo sustituye”.
Para el poeta y académico de la UJAT, Agenor González Valencia, cada uno de los versos concentrados en Las ordalías del Verbo conjuntan tiempo y espacio y hurgan en el silencio que alberga el corazón de todos los hombres, “en la tierra ausente por el fino polvo, que oscurece a las naves, la tonante noche que arruina por la clara geografía del fuego”.
Por último, el rector de la Universidad Olmeca, Lácides García Detjen, consideró que este libro sitúa a Miguel Ángel Ruiz Magdónel en un lugar muy especial de las voces de la poesía tabasqueña, porque es una muestra del ejercicio, la labor, la constancia y el arte de una persona dedicada a la escritura, que ha asumido con responsabilidad y ética, lo que significa escribir pero no para sí mismo, sino para enviar un mensaje de su concepción del mundo.